Por principios, no comparto noticias claramente tendenciosas y con titulares llamativos, porque en todos los partidos «cuecen habas» como decía mi madre. Vienen de un lado o de otro de los “entresijos políticos” y solo sirven para distraernos de los graves problemas que tenemos ahora. Pero hoy, se trata de algo relacionado con la alimentación, y ahí no cedo.
El nutricionista Julio Basulto (tal vez un poco radical pero muy influyente), ha publicado un video criticando a la presidenta de la Comunidad de Madrid, quien dentro de su campaña para facilitar alimentos a los niños desfavorecidos por la actual crisis por la pandemia, proponía repartir menús de una conocida multinacional fabricante de pizzas industriales, es decir, de comida basura. A la mandataria le parecía una buena idea, pues alegaba que a todos los niños les gustaba la pizza. Y se quedó tan fresca.
No es mi intención hacer comentarios en clave política de esta declaración, pues podría proceder de cualquier otra autoridad de cualquier signo. Pero el tema de la influencia de los alimentos “industriales” es algo que me enfada desde hace mucho. Siempre digo lo mismo: que no se cocina en casa lo suficiente y la gente se conforma con lo que venden los supermercados.
Son ya varios años los que mi marido y yo hemos colaborado como voluntarios en las campañas de recogidas del Banco de Alimentos, y tengo que decir que paso algún que otro berrinche cuando los clientes del supermercado nos aportan productos tan poco saludables como galletas, chocolate, cereales de desayuno, chocolates con leche, salsas, etc. Por supuesto que también nos donan alimentos tan dignos como arroz, aceites, conservas de pescado, paquetes de legumbres o cajas de leche, que darán forma a un menú. Lógicamente, lo primero es darles las gracias a todos ellos por colaborar, ofreciendo lo que creen que es mejor. Y siempre me quedo pensando en cómo de bien o de mal se alimentarán en los hogares de destino de esos alimentos.
También quería recordar la excelente gestión de los economatos sociales, dirigidos a familias con pocos recursos, y que periódicamente hacen una criba de los alimentos que venden, excluyendo de su oferta a algunos que se consideran poco saludables o polémicos, como ocurre por ejemplo con el panga. Su lema es que por ser pobres no deben comer comida basura. Y yo les aplaudo.
El tema de proponer pizza para los niños madrileños sin rcursos es una prueba más de la poca formación de nuestros políticos, pero también del poco respeto que tiene la sociedad por la comida real en general. Otras autoridades de distinto signo ideológico también lo demuestran con sus menús escolares de mala calidad. Y es que en España mandan mucho los alimentos procesados, con tal de que tengan buen sabor aunque no lleven un mínimo de interés nutricional ni respondan a una actividad culinaria de verdad.
En el actual estado de alerta sanitaria, con miles de familias viéndose obligadas a pedir ayuda para alimentos, confieso que vuelvo a enfadarme, como ocurrió en la crisis de 2008; y no solo por lamentar estas situaciones desesperadas que nos ha cogido de improviso, sino también porque no sé hasta qué punto reciben alimentos “decentes” y apropiados para la salud e incluso, cual es el nivel de práctica de cocina en esos hogares, que sería lo deseable para mantener orden y salud familiar, pero en los que reina la desesperación.
En estas cosas yo siempre me quejo, de que esto es España y por ende Europa, y estamos en el siglo XXI, y el gobierno debería preocuparse de la “alimentación mínima digna” de sus ciudadanos y sobre todo de sus niños, futuros ciudadanos, que van a crecer sin educación alimentaria alguna, y, para colmo, viendo programas de cocina-espectáculo.