Corría abril de 2017 cuando, al final del plazo convenido, envié este texto a mi amiga la escritora Rosario Troncoso. Su destino era incluirlo en la revista El Ático de los Gatos, en su  número 7, cifra mágica pero terminal para esta edición de revistas multi culturales en las que ya había escrito más de una vez, y que tanto me hizo disfrutar. Muchas otras firmas gaditanas y foráneas participaron con diversos temas. En El Ático se hablaba de todo, pero yo iba a lo mío: cocina, gastronomía, nutrición…. y por ello, más de dos años después de su redacción, y menos de dos de su presentación formal, me hace ilusión publicar mi opinión sobre los límites y servidumbres de mi pasión.

 

Tengo una duda esencial y bipolar que me atormenta: declaro mi abierto activismo por la alimentación sana, rica, limpia y justa; pero también lucho en las filas de la gastronomía, de sus conquistas, de su trabajo y de su autenticidad. Y creo que por las buenas o por las malas, sirvo a dos señores que no se llevan demasiado bien.

El primero defiende la salud, la igualdad y la dignidad humana de todos. El segundo lucha por la creatividad, el placer del gusto y el desarrollo económico de los más listos. Ambos me hacen soñar día y noche.

En mi vacilación observo dos circunferencias concéntricas y lo tengo claro. Ambas comparten el centro físico pero no se tocan. Resultan de funciones que se comportan matemáticamente igual, pero cada una tiene bien marcado su territorio, porque cada una va a lo suyo. La alimentación por las limitaciones de la necesidad y la supervivencia, y la gastronomía por la presión del liberalismo en el arte de comer.

Me indignan las cortapisas del modelo alimentario global: un círculo amenazado, traicionado, prostituido y limitado por muchos. Pero celebro el avance de la gastronomía: un espacio brillante, de riqueza, disfrute, cultura y patrimonio.

Creo que a la alimentación le quitaron su propio crecimiento, riqueza, disfrute, cultura y diversidad, y a cambio le dieron pautas rutinarias, sabores simples, procesados insalubres y pobreza. Con ella hacen negocio en el mundo.

La gastronomía aplaude nuestras conquistas, reafirma nuestro poderío económico y dinamización social. La gastronomía está bien vista en todos sitios. La alimentación será lo que ellos dispongan.

Activismo utópico sin futuro el mío. Si bien quisiera encontrar un punto de encuentro; aquel que acoja la eficiencia de la cocina de casa –sin influencias del mercado global alimentario- y la vocación socioeconómica de la gastronomía, por el compartir y gozar de lo que da la tierra junto al talento del ser humano.

Hombres que comen bien y hombres que comen mal, al final ésa es la única diferencia, sea por voluntad propia o por imposición autoritaria, por disponibilidad de recursos o por la eterna ilusión de cocinar y servir.

Derechos elementales que de un modo u otro mueven dinero y poder al margen de la cocina.

 

Solo me queda agradecer en el tiempo y la distancia a Rosario ese bello y singular proyecto que hizo realidad en siete entregas, para disfrute de todos. Yo lo denominaba popurrí cultural, pero salió armonioso, ameno y gratificante.