Está previsto que el año que viene entre en vigor un nuevo etiquetado para los productos alimenticios envasados, con la llamada etiqueta Nutriscore. Es una normativa europea que informará y calificará con colores de la -A a la E-  del grado de calidad nutricional de los alimentos más o menos procesados, es decir, valorará de mejor a peor el perfil del producto y sus beneficios o amenazas para la salud. Digamos que este semáforo refuerza y complementa la información que ya traía la etiqueta con anterioridad, y que en realidad no servía de mucho al consumidor a la hora de escoger alimentos saludables. Algo es algo.

Defensora como soy de los alimentos frescos adquiridos en comercios tradicionales y en los mercados de abastos, comprendo que la realidad es muy distinta: la mayoría de los consumidores hacen sus compras en los supermercados, que ofrecen artículos procesados más eficientes y mejor conseguidos industrialmente, listos para consumir, dando así satisfacción a clientes curiosos y con poco tiempo para cocinar.

Pero los alimentos frescos no necesitan presentación (carnes, pescados, huevos, verduras, legumbres, frutos secos, etc.), puesto que ya han hecho historia, tienen su propio marcador conocido por el público. Tan solo deben señalar su origen de producción, porque siempre ha habido clases.

Es cierto que los alimentos procesados –unos mejores que otros o, mejor dicho unos peores que otros- suponen el valor añadido de una gestión industrial, que además aportan riqueza a la economía. Pero los frescos, los tal cual, siguen siendo los más saludables, ya que sus propiedades son las de siempre, las que traen de nacimiento, y que en teoría nadie ha manipulado. 

En los productos frescos puede haber fraude o engaño, pero seguramente mucho menos que en la industria, que no es precisamente transparente, y estamos hablando de salud.

Ver al recovero separar con cuchillo la pechuga del pollo o del pavo, al pescadero sacar filetes de la merluza, al frutero pesar hortalizas y frutas por unidades, incluso en la tienda pesar las legumbres a granel, eso no tiene precio.

De todos modos, el semáforo nutricional es una buena idea para informar al consumidor, casi siempre indefenso ante la gran oferta de alimentos procesados cuyos perjuicios para la salud desconoce. El semáforo les alerta para hacer una compra más saludable.

Y yo insisto: más mercado y menos supermercado, que es lo mismo que decir Más Cocina. Es cuestión de organizarse. Practicar la cocina es lo más importante. Guisar garbanzos, algo tan vulgar y tan antiguo sale muy rentable, y una tortilla de patatas para cenar es una bendición, sin semáforo y sin que ningún influencer nos lo aconseje.

Y para disfrutar y alucinar están los grandes cocineros, chefs que son los artistas de la cocina y que se pasen los semáforos en rojo porque juegan en otra división.