Partiendo de un análisis del actual modelo energético, -caro, contaminante y peligroso-, el periodista Jesús Alonso Millán, pone en evidencia la necesidad de una transición en nuestro estilo de alimentación, por ser también el actual insalubre y poco sostenible. Y aunque barato, carga sus daños al sistema sanitario, que es quien tiene que soportar sus nefastos efectos sobre la salud de la población. Alonso Millán es portavoz de Fundación vida sostenible.org, entidad sin ánimo de lucro.
El articulista propone el comienzo de una transición hacia una alimentación sostenible, consiguiendo así un mundo más viable en el que vivir. Salud, economía y calidad de vida notarían sin duda el cambio hacia otro modo de comer.
La transición energética está muy clara, es cuestión de cambiar hacia las energías renovables. Pero en la alimentación, lo primero es abandonar el sistema de gestión actual, bajo un modelo “industrialista”, basado en alimentos procesados de alto valor añadido que son negocio y muchas veces especulación. Empezando por el desayuno, en el que pesan en gran parte los cereales en copos, los zumos envasados y los lácteos azucarados y supuestamente enriquecidos. Parece ser que el almuerzo está algo mejor, pero la cena también muestra malas costumbres a base de precocinados urgentes. Esto es lo que comemos.
La tendencia hacia una alimentación sostenible está muy clara: trabajar con la dieta mediterránea, con alimentos ecológicos si es posible, grupos de consumo local y alimentos procedentes de Indicaciones Geográficas Protegidas, por ejemplo. Pero se destacan otras cuestiones:
-La erradicación del aceite de palma, que cada vez tiene más enemigos, y que contribuiría además a desprestigiar y debilitar otros canales de alimentación poco claros y agresivos contra el medio ambiente.
-El triunfo cada vez mayor del vegetarianismo por razones de salud, medioambientales, éticas o morales. Un modelo de alimentación sin carne abarataría la comida y reduciría la huella ambiental.
-Unas etiquetas más descriptivas para los alimentos, con ingredientes y origen más detallados (aumentando además el tamaño de la letra).
-La limitación de las máquinas expendedoras de bebidas y comidas basura en centros públicos, y un impuesto al azúcar, grasas saturadas, preparados con exceso de sal, etc.
-Una filosofía centrada en el simple buen comer, no en el “nutricionismo”, recomendando alimentos frescos y evitando los procesados, que sea fácilmente entendible por la población.
-La popularidad de los libros de cocina es algo positivo según Alonso Millán, con recetarios de todo tipo y que podría servir de apoyo a la hora de preparar los alimentos.
-La necesidad de comprar alimentos de cercanía, y lejanos solo si son imprescindibles (nunca los frescos). Y, por supuesto, comprar menos alimentos envasados, en favor de la comida a granel. (Aquí los protagonistas podrían ser los mercados de abastos).
Y por último, como medida generalizada:
-Reducir el gran desperdicio de comida (20-35%) de lo que compramos: comprar menos y cocinar lo justo, o conservar o congelar los restos de comida, todo antes de tirar.
Tal como defiende el artículo, es necesaria una transición en el modelo de alimentación. El actual está agotado por su propia avaricia y ya está empezando a pasar factura en salud y perjuicios al medio ambiente. Pero la fuerza está en la ciudadanía, en sus cambios de hábitos, y, por supuesto, el proceso comienza a la hora de comprar y termina en las prácticas de la cocina misma, dedicándole el tiempo necesario para la preparación de menús dignos y saludables.
Es precisa una transición sin traumas, antes de que sea demasiado tarde, en la que intervendrían todas las fuerzas vivas: consumidores, productores, distribuidores y profesionales de la salud, dónde todos ellos tendrían que ceder un poco. Sin olvidarnos de los países en desarrollo, los grandes perjudicados por estas prácticas actuales. Aquí todos deberíamos salir ganando, incluida la tierra, la más importante.