pizza-delivery-boy-on-scooterHace un par de días me disponía a entrar en el ascensor del bloque de mi hermana, cuando entró también conmigo un joven repartidor de comida rápida, cargado con la caja del pedido a entregar en algunos de aquellos pisos.

Enseguida pude distinguir el nombre de la tienda pegado con etiqueta a la caja del pedido: no se trataba de las dos o tres multinacionales de comida rápida de carne o pizzas, sino de otro establecimiento abierto hace poco en Cádiz en una zona comercial puntera y con un moderno y atractivo diseño.

-“¡Ah! es el de frente al hotel”, -le dije-, “aún no he ido” (evidentemente todavía no conocía sus especialidades). Al chaval le agradó mi comentario, en el sentido de que el sitio era famoso, y sacó y me entregó un folleto con los menús que ofrece el lugar: pizzas, baguettes, ensaladas, hamburguesas, sándwiches, burritos, etc., y también algunas promociones más como alitas de pollo fritas o croquetas caseras (¿?), o menús con regalos de bebida de cola, patatas o incluso camiseta de regalo. En principio, aquello no dejaba lugar a dudas: comida de mala nota para mí.

Empezaba a ponerme nerviosa y quise devolverle el folleto, pero me dijo que me lo quedara (qué dirán mis lectores si saben que llevo encima esta publicidad, -pensé-); pero le di las gracias, y me la guardé.

Lo cierto es que en aquel viaje que duró pocos segundos no fui capaz de leer todas comidas del repertorio, porque por momentos me iba poniendo incómoda, molesta, incluso algo agresiva…. pero claro, los espacios mínimos de los ascensores tienen eso, que no podemos salir corriendo cuando queremos, hay que esperar a que se paren y se abran las puertas.

El amable chaval-repartidor –seguramente de precario e incierto trabajo- sonreía halagando con orgullo la variedad de menús del establecimiento. Al guardar contra mi voluntad el folleto me sentí avergonzada. Yo y mis principios de alimentación sana, de cocina en casa, de solo salir a comer a sitios de garantía, de preparar menús saludables y equilibrados, y ahora tenía delante a alguien de buena fe, que vivía o malvivía del servicio de la comida rápida, que incluso creía en sus “bondades”…. en fin.

Salió el muchacho del ascensor, y volví a revisar el pequeño tríptico de menús y precios del sitio aquel, por el que no sentía admiración precisamente. Pensé que debería ser más diplomática y controlar un poco más mis reacciones y, que no hay que matar al mensajero. Que la comida rápida tiene sus adeptos, para las urgencias y los imprevistos, o para las reuniones de los jóvenes. Que son negocios como cualquier otro, aunque a mí me repateen, y que, además, no tenía derecho a criticar algo que no había probado todavía.

El lema del establecimiento rezaba: más fácil, más cómodo y más rápido. Tres frases que –en relación con la cocina- son contrarios a mis propósitos. Bueno, tal vez me quedaría con la primera frase, porque podría ser compatible.

Toda mi admiración y mis mejores deseos para estos repartidores jóvenes, mal pagados, que entregan a domicilio esos pedidos de comida precocinada –o lo que sea- con calor, frío, nocturnidad, lluvia o lejanía. A veces también con riesgo. Y, en muchas ocasiones, hasta ponen buena cara.

Son imagen de una sociedad que busca lo fácil, cómodo, barato, sin más pretensiones.

Quién sabe, a lo mejor algún día tengo que hacer un pedido de estos, para traer a casa…..