Al desayuno le atribuyo poderes mágicos como para emprender las 24 horas restantes de trabajo, ideas, arreglos, comunicación y, por supuesto, cocina. Hoy hemos desayunado en el Café de Levante, un lugar muy de Cádiz-Cádiz, que para empezar tiene una gran variedad de productos para la primera comida del día. Y muy bien.

Eran las 9.30 de la mañana, y, en realidad no era nuestra primera toma, ya que jamás salimos de casa en ayunas (a menos que vayamos a extracciones de sangre y esas cosas), así que ya habíamos cumplido con la tradición del primer zumo de naranja, el primer café con leche y un pequeño bocadillo con jamón cocido en nuestra cocina. Pero estábamos dispuestos a añadir más hidratos con un desayuno callejero en un lugar tan especial como éste. Y para eso, pagamos por adelantado, haciendo el camino a pie hasta el sitio.

Todo por el encanto de disfrutar del Cádiz-chico. Entre lo estático y lo  dinámico. Del primero se responsabiliza el entorno, las calles empedradas y con viejos cierros (balcones gaditanos), dónde asoman la piedra ostionera a parches, dónde la ropa se tiende discretamente tras las persianas echadas, dónde las casapuertas (zaguanes gaditanos) contemplan y esperan el paso tranquilo y silencioso de mucha gente variopinta, en luz suave y olores ya consolidados. Casas que sobreviven orgullosas de su edad. Hasta aquí lo estático, lo preexistente.

En la calle Rosario, por el número 35, no pasan coches, solo jóvenes padres con carritos de bebés, turistas madrugadores y funcionarios optimistas (que aún quedan). Sentados en la puerta del Café disfrutamos de frescas brisas traídas gratis desde la bahía. Dentro del pequeño café, se escuchan conversaciones a diferentes velocidades. En la pizarra de la fachada se detallan: tés variados, tostadas, muffins, brownie y pastelitos árabes.

Una leche manchada con café cremoso en taza serigrafiada, una tostada pequeña, delicada, para el mejor aceite de oliva virgen extra y unos riquísimos pastelitos árabes, han sido los elementos ofrecidos en este establecimiento, que cuenta con salmorejo, mantequillas, tomate rallado, y tardes-noches de vida, de conversación, de encuentros, de cultura, de tertulias y de charlas, y que ya es referencia de un concurso literario. Aquí acaba mi descripción bloguera de lo plástico, lo dinámico.

Reconozco que los blogueros somos gente muy chismosa, muy chivata, no nos callamos casi nada. Y, esta mañana, mientras desayunaba en el Café, pensaba que este variopinto público aprecia este lugar y sabe el valor que tiene por sí y por lo que le rodea, y que apenas lo cuenta. Nosotros acabamos de descubrirlo, y ya está publicado.

Cádiz ya está hecho desde hace mucho, solo es cuestión de reservar rincones, espacios, puertas, fachadas, piedras, olvidos…. y añadirle un poco de calidad física y de vivo servicio. Aquí con poco se consigue mucho.

Pero no vale cualquier cosa. Fuera la vulgaridad. Hemos estado sentados en una calle por la que aún deambulan las almas de Goya y Haydn. En Cádiz no hay término medio.