Los que en temporada buscamos atún rojo en el mercado lo tenemos difícil, a menos que tengamos algún pescadero amigo que no mienta sobre el origen del túnido. La limitación de las capturas almadraberas conlleva altos precios para el atún rojo, que a veces es vendido como tal sin serlo. Esta circunstancia nos hace pensar en una picaresca alrededor del mundo de la captura del atún en las costas gaditanas. Y viene a cuento un libro que acabo de leer relacionado con la pesquería almadrabera, que describe la existencia de pícaros trabajando en las almadrabas, sobre todo en los siglos XV al XVII, los de mayor esplendor en esta antigua actividad. La Obra, “Túnidos y Tunantes”, está escrita por José Regueira y Esther Regueira en 1993, y se gestó con motivo de una Asamblea General de todas las cooperativas Farmacéuticas de España en Zahara de los Atunes (Cádiz). Y lo que se proyectó como un folleto acabó plasmado en un volumen con datos interesantísimos recopilados por el autor y su hija, historiadora de profesión.

El libro comienza describiendo los recursos pesqueros y las especies migratorias del Campo de Gibraltar, por su singular enclave. Según los textos antiguos, desde la época tartésica se practicaba la captura del atún, reflejándose incluso en las monedas circulantes de la época. Fue también importante la industria conservera nacida paralelamente a la pesca, con especial auge del garum.

Ya en el siglo XIII, Sancho IV concede el monopolio de las almadrabas gaditanas a Guzmán El Bueno, como recompensa por la heroica defensa de la plaza de Tarifa. El hecho de que los cristianos consumieran mucho pescado por la prohibición religiosa de comer carne, dio gran impulso a la actividad pesquera de la zona, contribuyendo al poblamiento. La explotación comprendía desde la desembocadura del río Guadiana hasta el límite de Gibraltar con Málaga, extendiéndose durante 500 años con la casa ducal de Medina Sidonia. No obstante, el peligro de la piratería turca y berberisca siempre estuvo presente.

La literatura ofrece innumerables descripciones del impresionante espectáculo de la pesca del atún y las cifras de capturas, lo que da idea de su importancia económica. La carne se vendía fresca, salada o como mojama de atún y su venta proporcionaba a los duques de Medina Sidonia unos extraordinarios beneficios (100.000 atunes entre Conil y Zahara).

Cuenta el libro de Regueira que la Edad Moderna trajo una reacción contra el sedentarismo de la sociedad. Ser viajero era una cualidad, dando origen a la aparición de grupos sociales no integrados en la estructura social. La picaresca recoge esta movilidad territorial con el Renacimiento. “…a las trapacerías y a los excesos de los pícaros… contribuía la autoridad con su indulgencia unas veces, su indiferencia o su conducta arbitraria otras, y su complicidad en muchas ocasiones” (Deleito, 1987). Se crea un segmento social de desplazados por diferentes motivos, que buscan obtener unos ingresos. El vagabundo puede elegir nueva ocupación, está bien visto. Se calcula que en España en el siglo XVI había unos 150.000 vagabundos entre hombres, mujeres y niños (el país tenía 5 millones de almas). Vivían de la mendicidad, de la limosna, de trabajos eventuales y amaban la libertad, despreciando normas. Una actividad temporal como el atún era su mejor ocupación.

Entre mil y dos mil temporeros vagabundos bajaban a las costas en la época de la almadraba, predominando los andaluces, y al contratarlos nadie les pedía nombre ni antecedentes. El trabajo era rentable, según el número de capturas. Se llamaban “de Levante” y “de Poniente”. Los primeros eran propiamente los almadraberos especializados, dueños de barcos, procedentes de los pueblos próximos, sobre todo del litoral de Gibraltar. Los de Levante eran los que remendaban las redes, tiraban de la jábega y remataban a los atunes en la playa. Había gran rivalidad entre ambos grupos. Eran forajidos o bandoleros, aunque se dice que eran dóciles, agradecidos y bondadosos.

Persio Bertiso, poeta sevillano del siglo XVII describe en verso romance las actividades de la organización picaril desde que eran reclutados para trabajar en las almadrabas, incluyendo los métodos utilizados para robar atunes, refiriéndose con nombre y apodos a los que venían de Sevilla., y que también guardaban su propio código ético.

En cuanto a las trazas usadas para hurtar el atún estaban: “matarlo, ponerle sombrero y capotillo porque pícaro parezca y lo enterrarán en la arena, vestir al atún con librea y entre cuatro llevar a hombros como enfermo al hospital, llevar el atún en una silla con sombrero y capa puesta”… y todo un repertorio de trucos similares.

¿Quiénes serían hoy los pícaros de almadrabas?

Ayúdense unos a otros/ escusen lances de afrenta, cortesía a todo el mundo/buen passage, y buena lengua./ Nadie contra otro jure, ni abanico, o fuelle sea, ni descubra las celadas, aunque lo echen en galeras….