Queridos lectores: no me juzguéis mal. Pero es la primera vez que guiso carne de cerdo. Sí, ya sé que soy algo rara, pero es que en casa hemos tenido algunos prejuicios en la cocina y uno de ellos era elaborar recetas con carne de cerdo, prefiriendo la de ternera. Y ahora, al cabo de los años, resulta que la mejor carne, la más saludable a juicio de los expertos es la de cerdo ibérico, y que la ternera pues ya no es tan sana como se creía. En fín, que he roto una tendencia culinaria casera familiar de años, de la que estoy muy orgullosa. Y que además, el solomillo estaba de lujo, porque era un lujo. La receta es de Directo al Paladar:  y es de lo más sencilla.

Ingredientes para tres personas: 1 solomillo ibérico de cerdo (unos 350 gramos), una cebolla, aceite de oliva virgen extra, ½ copa de vino oloroso de Jerez, ½ copa de caldo de carne o de pollo, sal y pimienta.

Trocear el solomillo en filetitos de tamaño mediano. Para ello, lo primero que hicimos fue abrir el solomillo con un cuchillo bien afilado, cortando luego trozos parecidos.

Cortamos la cebolla en julianas, la ponemos en la sartén a pochar con un poco de aceite de oliva virgen extra. En cuanto los pedazos estén transparentes, bajamos el fuego al mínimo y dejamos que se haga un poco, cambiando de color. Añadimos entonces los trozos del solomillo de cerdo, y los marcamos junto a la cebolla.

Entonces incorporamos el vino de Jerez oloroso (me quedaba media botella  escondida en el mueble bar). Este vino añade mucho a la carne en sabor y aroma. Dejamos un par de minutos a fuego vivo, bajamos el fuego y añadimos el caldo de carne o pollo, dejando que la carne se cocine a fuego lento, evaporándose la salsa durante unos 10-12 minutos. La cebolla tomará un color oscuro, y todo en la misma sartén. El solomillo está riquísimo, y además sus grasas son políticamente correctas.