Partiendo de la situación de pobreza, desnutrición y hambre, la FAO asume el objetivo Hambrecero en el año 2030, con la necesidad de cambios en el patrón alimentario. Vivimos en un mundo globalizado en lo que a alimentación y medio urbano se refiere. Los ingresos económicos de la población han aumentado, los platos o recetas tradicionales y estacionales (con vegetales, fibras, etc.,), se han convertido en productos con azúcares, almidones refinados, grasas, sal, procesados y preparados. La FAO declara que cada vez se cocina menos en los hogares.
Por ello, aumentan las tasas de sobrepeso y obesidad en los países desarrollados, y también en los no desarrollados, conviviendo en ellos el hambre y la obesidad. Se calculan que en el mundo hay 670 millones de adultos y 120 millones de niños obesos. Ello conlleva un inmenso gasto sanitario por las múltiples enfermedades que produce. Pero la cifras hablan de 800 millones de personas que pasan hambre en el mundo, con déficit de vitaminas y minerales imprescindibles para la vida diaria.
Está comprobado que los cultivos son menos nutritivos que antes, ya que la agricultura se mueve por compromisos con los intereses económicos y menos conciencia social. No es solo importante lo que se come sino también cómo se produce. Es la producción industrial de alimentos.
La agricultura debería servir para regenerar recursos naturales, disminuir residuos y para producir alimentos saludables. Hoy se producen –según indica José Esquinas, exfuncionario de la FAO en esta entrevista- un 60% más de los alimentos necesarios para dar de comer a toda la humanidad. Pero se produce para vender antes que para alimentarse. Declara que se utilizan suelos para una producción innecesaria, en una extensión 28 veces mayor que España.
No se plantea la relación entre alimentación y sostenibilidad del planeta, habiendo alimentos suficientes para todos. El despilfarro es enorme: se tira 1/3 de los alimentos que se producen, 1.300 millones de toneladas al año.
Lo cierto es que por cada unidad gastada en producir un alimento, la sociedad paga el doble por transporte y por subvenciones «disfrazadas». Y es necesaria la reacción del ciudadano para presionar a los gobiernos, y de ese modo defendernos del poder de las grandes empresas semilleras y de agroquímicos, que hacen que el agricultor tenga cada vez menos influencia en la producción.
La alimentación es algo que afecta a todos los hombres y a todo el planeta. Hagamos algo: compremos local, evitemos el despilfarro y valoremos la agricultura, introduzcamos en nuestra dieta más vegetales, y, por supuesto, cocinemos para comer todos los días.