Al teclearlo, el señor Google suelta multitud de enlaces, artículos y buenas opiniones. Prácticamente todos los medios gaditanos han hablado alguna vez de Código de Barra y de su creador, Leon Griffioen, chef de origen holandés y en Cádiz desde hace años. El sitio es una joya escondida, silenciosa.

Con la excusa de la XIV Ruta del Tapeo, decidimos cenar allí, un sitio que parte como favorito dados sus pódiums en anteriores ediciones, comprobando en vista y boca propia que en Cádiz tenemos un maestro de la cocina de vanguardia.

Me llama la atención bloguera lo poco que suena este establecimiento en las redes (eso creo). Ver sus mesitas ocupadas en la terraza de Candelaria no presupone los tesoros que salen de su minúscula cocina. Lo contrario que ocurre en muchos sitios, con cocina mediocre y ambiente elitista; pues aquí hay un claro desequilibrio a favor de la labor del Chef.

Según las normas de la Ruta, no podíamos pedir las tapas en la terraza, lo que nos disgustó dadas la hora de la noche y las fechas veraniegas que piden calle. Porque no solo de Ruta del Tapeo íbamos a vivir, pensábamos probar otros platos….

A ver: este año la Ruta está dedicada al Quijote, por lo que las tapas incluyen algún lema relacionado con esta obra maestra. Las propuestas presentadas a concurso por Código de Barra son cuatro: la Tapacai, -llamada aquí la zurrapa marinera-, un sencillo y original montaje en colorido plato, de paté de ventresca con algas marinas. Una tapa deliciosa con alevosía que resulta digna de agradecer.

La Tapa del Quijote –bajo el nombre de El salpicón de Sancho– es una especie de burrito semiabierto con ligera masa frita, bordes irregulares y creativos y relleno de un rico pisto de verduras mezclado con lengua de ternera. Una tapa magistral que el escudero habría engullido.

Fuimos por la tercera (para eso compartimos la salud y la enfermedad, para probar de todo) y pedimos la especialidad: Parece pero no lo es –explicado en la frase ¿Cómo te has quedado?… de piedra. Y así nos pusimos al ver posarse en la mesa un trozo de granito cúbico soportando dos aparentes piedras color ceniza. La prueba en boca descubrió el trampantojo: dos patatas asadas de redonda perfección, cuyo horneado les daba la apariencia pétrea. Una pasada de cocina. El fin justificó el juego.

Antes de hablar del postre incluido en la Ruta, debo hacer apología de la torta de aceite con carne mechada y alioli. Ya sé que esta modalidad de soporte a modo de pan ha sido adoptada por muchos cocineros, pero, insisto, fue abrir el papel del estuche de esta torta centenaria, Inés Rosales, y salir el aroma de la mejor carne mechada (hecha en casa), en su jugo exacto, y con el resto del contenido deshaciéndose a la velocidad adecuada. Im-presionante.

Y tocaba la Tapa Postre para no dejar nada fuera: Nuestro arroz con leche, con toda la maestría del cocinero. Con arroz inflado, levitando sobre una emulsión láctea de sabor equilibrado. Un buen recuerdo fin de cena.

No quiero olvidar el plato de langostinos al ajillo, una presentación del marisco muy ligeramente salteada sobre el aceite solidificado, lo que le daba ligereza al conjunto. Este plato, fuera de la Ruta del Tapeo, pero muy recomendable.

Al final, el hecho de sentarnos dentro por condicionante de la Ruta, nos supuso un factor positivo, pues nos permitió contemplar al Chef Griffioen moviéndose en su habitáculo o laboratorio sin otra ayuda que él mismo. Por parte del servicio de camareros, fuimos informados de cuantos platos nos iban llegando a la mesita alta, con lo que, sin ser jurados del concurso, estuvimos concentrados en la más profesional degustación.