En enero de 1997, un año y medio antes de morir, Fernando Quiñones publica su obra «El Coro a dos voces. Una novela en relatos». Es un libro magistral que siempre me gustó. Cada capítulo lleva un lenguaje, el popular o el académico, pero hace seguir la acción y evolución de los personajes. Hoy sábado, con motivo de la V Ruta de Quiñones, organizada por la Asociación que lleva el nombre del escritor, he leído en el mercado de abastos de Cádiz este pequeño texto, donde «la plaza» habla en primera persona recordando a Quiñones, expresando su voz de servicio mercantil y su propuesta como alternativa a un mejor consumo alimentario. Por supuesto, mi carrito me acompañó. Es un homenaje a Fernando, pero también al mercado.
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«Buenos días a todos: soy el mercado central de abastos de Cádiz, “la plaza” para los gaditanos; construido en 1837 por Juan Daura, según planos de Torcuato Benjumeda (arquitecto de la catedral nueva de Cádiz). Cuatro metros tienen mis columnas. Llegué a tener 72 puestos en origen.
Mi admirado Fernando Quiñones no conoció mi rehabilitación, que finalizó en 2009, cuando reabrí mis puertas después de 3 años de obras, y habiendo aparecido numerosos restos del primitivo convento de los franciscanos existente en este mismo solar. Todavía quedan en mis puestos marcas de la antroponimia mercantil gaditana, con nombres como El Tigre, Rosa, El Chicla…símbolos prestigiosos de la mejor mercancía.
Primero me toca hablar de Fernando y sus costumbres. Rara era la semana que no venía por aquí. Solía buscar el pescado de última hora para dar de comer a las gaviotas, allá por la Alameda; con mucho arte se llevaba enganchadas las caballas en los dedos. En una ocasión escribió un artículo sobre mí en el Diario de Cádiz titulado precisamente “La Plaza”, en el que decía –y era cierto- que cuando sus amistades venían a la ciudad con poco tiempo, las llevaba entre otros sitios al Mercado Central.
Para él yo era un lugar propio del pueblo llano (una de sus voces famosas), definiéndome incluso como el verdadero “Museo de Cádiz”. Se deshacía en elogios hacia mí sobre todo por mi pescado, defendiendo la forma de venta, la variedad de especies, y aludiendo a las charlas sobre la mercancía….considerando que todo mi interior era un excelente centro de alimentación e incluso de interés para el turismo. D. Fernando hablaba por mí.
En la fiesta de “Tosantos”, Don Fernando disfrutaba de los exornos sobre todo de pescados. Solía asistir acompañado de sus amigos, observaba los puestos, hablaba con los vendedores y no paraba de hacer comentarios. Aún recuerdo lo que se divirtió el año en que el carnicero del puesto 32, José Luis Ucero, representó en su tienda el cuadro del Guernica de Picasso.
Entonces trabajaban en mi interior Pecino, el frutero; la familia Ponce de León, Paramio, los hermanos Gallán, los carniceros Perico “El Melu” y Agustín, ambos primos. Agustín, gran decorador de Tosantos junto al carnicero Juanelo; los Marchena, los Lara, Luisa y Fermina las “gandingueras”; entre los pescaderos estaban Pepe Aguilera, conocido como el hijo de Cristo por su madre, antes al frente del puesto; el Tigre padre; el Chicla. Estos detallistas antiguos han dado nombre y fama al mercado. Ahora están todos jubilados o ya no viven, como Fernando.
Le echo mucho de menos. Ahora que estoy arreglado, presentable, moderno….seguro que le gustaría ver mi nueva imagen. Hortensia Romero también fue cliente mía. Don Fernando no compraba demasiado, pero sí los avíos más básicos: a veces me preguntaba dónde y cómo almorzaría, pero él era así de suyo, desorganizado y único.
Ya ven ustedes, fue el primero que se fijó en mi gran potencial. Hoy me han transformado, tengo puestos llamados gastronómicos, con productos gourmet y de diversa procedencia. Mi voz popular, local, ha ampliado sus fronteras, y ya no solo ofrezco materia prima para la cocina y el plan diario de comida, sino también para el ocio y la degustación. Cosas de la evolución de la economía y de los tiempos mismos.
¡Qué pena de hombre! Parece que lo estoy viendo con su bolsita con ajo, cebolla, pimientos y tomate. Con su gaditana sencillez, le daba categoría a esta casa. Hoy convivo con vinos de autor, quesos de importación, marinados de pescado, cocina extranjera y cervezas artesanas. Pero yo sigo conservando mi esencia: subsistencia junto a cultura. Por un lado, lechugas, tomates, pimientos, manzanas, pescadillas, chocos y solomillos de retinto como eternos productos de la provincia gaditana. Atiendo a clientes pijos pero también a los tiesos, y observo la interesante relación personal comprador- vendedor. Comprar alimentos es un arte y una bendición. Y es algo que debe hacerse con cuidado y esmero.
He conocido en la posguerra las colas para comprar el pan negro y aquel pescado humilde llamado “cachucho”. A pesar de la crisis, el dinero de la comida es el mejor gastado, la mejor inversión. No lo duden.
Además, soy la opción comercial más ecológica; nuestra mercancía viene de aquí al lado, de la provincia; aunque a veces recibo judías verdes de Marruecos, ciruelas de Chile o uvas de Sudáfrica. Pero sobre todo vendo el mejor pescado de la costa gaditana, la mejor fruta y verdura de Conil, la mejor carne de ternera de retinto de la provincia y también pollos camperos, y para todos los bolsillos. Y cada año, por abril, recibo el atún rojo, una de mis mercancías estrella.
Como es lógico, reivindico los mercados de abastos como la gran cultura de la compra de alimentación. Llamo al sentido crítico y la información de los consumidores, plantando cara a los grandes centros comerciales que ofrecen cantidad y mediocridad en su mayoría, que presumen de productos envasados y listos pero con demasiados aditivos. Llamo a la rebelión ciudadana, a la lucha por la dignidad en la comida cercana y fresca, y al derecho a reñirle al vendedor de esta mi casa, si no cumple en dar la calidad esperada.
D. Fernando Quiñones se habría unido a mi reivindicación, estoy seguro. Lo mismo que luchó por la Caleta o por la muestra de Alcances. Yo, el mercado central, soy un gaditano más, que ha cumplido los 175 primeros años, que estoy lleno de historia, cultura y vida, y sigo estando de moda. Tengo buenos productos y competencia, y ofrezco la posibilidad no solo de dar buen precio sino el máximo valor a lo que comes.
Ésta es mi segunda voz, la voz reivindicativa de la plaza.
Gracias por vuestra visita»
Grandísimo binomio, Quiñones y el Mercado, o «La Plaza» como al escritor le gustaba llamarla. Estupenda entrada, querida Charo. Gracias a ella, casi hemos podido vivir el momento como si te hubiésemos podido acompañar. Besos
Gracias por la visita y el comentario, María Luisa. La Ruta de Fernando Quiñones se está convirtiendo en una cita obligatoria. Y el mercado tenía que estar ahí, junto a la cultura.
Gracias por el comentario, Manuel. Pero no podía dejar pasar la oportunidad de unir a Fernando Quiñones con el mercado, en esta V Ruta, que es una auténtica peregrinación por las calles de Cádiz, y que une a tantos artistas.
No sé, Charo, si es que tú le prestas tu voz a todo lo que tenga que ver con el comer o es que eres tú la que permites que todo hable por ti. Este habla de hoy me ha parecido magistral. Saludos.