El derecho a la información es también el derecho a la duda. Concretamente, estoy cada día más recelosa con los productos de alimentación ecológica. Asumo que los precios –a veces excesivos en comparación con los productos convencionales- cubren no solo unos mayores costes de producción sino también el compromiso en el cuidado de la tierra por parte del propio consumidor. Pero también es verdad que algunas conductas relacionadas con la distribución de estos alimentos ecológicos van en contra del buen trato y del respeto que merece la alimentación, y, sobre todo, del respeto hacia los habitantes de los países de origen del producto, que suelen ser más pobres. Estas ideas las encontré en el libro que estoy leyendo de JM Mulet titulado “Los productos naturales, ¡Vaya timo!.
Este pequeño tratado, dedicado a cuestionar todas las fases de la producción ecológica, afirma en primer lugar sobre la agricultura tradicional, que ésta no es lo mejor para el medio ambiente y para la tierra. Piensa que –ya de partida- la actividad agrícola es absolutamente agresiva, y que la ecológica por su parte tampoco aporta solución alguna a este ataque del hombre al suelo. Además –añade- si toda la tierra disponible para cultivo en el planeta se dedicara a la agricultura ecológica, solo habría una cuarta parte de alimentos disponibles, es decir, podrían morirse el 75% de la población mundial. Nosotros los europeos ni lo notaríamos, pero sí los países en desarrollo (África, por ejemplo). No obstante, esta hipótesis ha sido puesta en tela de juicio en varias ocasiones. El libro informa:
Sobre EL ORIGEN DE LOS ALIMENTOS: el reglamento que regula la producción ecológica especifica especialmente los insumos (lo que añadimos al cultivo) sin analizar el impacto medioambiental, la también llamada mochila o huella ecológica. El sello o certificación ecológica tampoco obliga a indicar claramente el origen de la materia prima, así como tampoco tiene en cuenta los principios éticos: ¿cómo se produce en esos países controlados por unos pocos terratenientes, y en los que la mayoría de la población está subalimentada?
En cuanto al USO DE INSECTICIDAS: también tiene sus limitaciones. Por un lado, porque la fumigación se hará evitando las tierras de producción ecológica, haciendo que el bicho se refugie en ellos hasta que pase el efecto del pesticida en los demás; momento en que aprovechará para seguir atacando a todas las tierras cercanas. Para evitar este problema, se está poniendo en práctica
El CONTROL BIOLÓGICO DE PLAGAS: que se fundamenta en destruir la plaga con otro parásito. Pero esta técnica -según JM Mulet- tiene el inconveniente de la adaptación del nuevo bicho, ajeno a su hábitat natural, y que puede alterar el propio equilibrio biológico de la zona. Por ello este sistema debe llevarse a cabo con un estricto control.
Todo ello me hace pensar en que para encontrar la mejor y más proporcionada solución a nuestra producción agrícola –desde el punto de vista sanitario, productivo, económico y sobre todo ético- son muchos los factores a tener en cuenta, y que nadie puede ir por libre. Se trata de concienciación, de colaboración y de información, además de políticas agrarias respetuosas con el medio ambiente y que contemplen las necesidades de toda la población, no solamente de las que pueden pagarse una alimentación superior. En este sentido, son muchas las organizaciones que están trabajando en el tercer mundo por sacar de la pobreza a la población a través de una agricultura eficiente, moderna y sostenible.
No somos científicos ni empresarios, sino simples consumidores. Y muchos de nosotros estamos preocupados por comer bien, llevar una vida sana y cuidar el planeta. No tengo nada contra los productos ecológicos, al contrario. Pero a partir de ahora leeré en las etiquetas el origen de los mismos. Y también seguiré leyendo el libro.
Entrevista hecha a J.M. Mulet por la web Directo al Paladar :
Interesante carta del blog Capitán Patagonia, respondiendo a las ideas del sr. Mulet.