Tiene muchos años, unos sesenta, la pobre, tiene edad de jubilarse, porque ya ha cotizado lo suyo. Apareció en un cajón de una casa cuyos moradores ya no viven. Está un poco descolorida –sufrió muchos lavados, tendidos, colgados, cargas y transportes- pero conserva su cinta fruncidora. Lo único es su tela, un poco exagerada, con unos tonos algo pasados de moda. 

Esta talega de pan –herencia de mi tía Adela- no tiene un solo descosido: antes se confeccionaban bien las cosas y las telas eran de calidad. Pero pertenecía a la clase obrera, porque en aquellos tiempos había algunas hechas de ganchillo o con encajes. Siempre hubo clases.

Ya habréis comprobado que en esta web se atiende mucho a los sentimientos pasados, a los recuerdos, a las nostalgias…. como la que sugiere esta vieja talega que ha sobrevivido a los años, al seiscientos, a la primera hipoteca, al almuerzo en familia siempre, y a las compras en las tiendas del barrio.

Una talega que guardó el pan del día, cuando se amasaba bien, sin aditivos, acelerantes y otras porquerías. Una bolsa que cuidó los trozos que sobraron para el día siguiente, tal vez para tostadas con aceite y azúcar, o quizá para rallar y utilizar para los empanados o las croquetas…. Tiempos en los que no se tiraba nada.

Tenía esta talega sexagenaria pendiente de guardar con las otras, más bonitas por cierto, porque quería hablar de ella, inmortalizarla y darle un pequeño homenaje, que se lo merece.

Son muchas las talegas que guardamos en casa, de diferentes colores, materiales, confección, épocas, tamaños, etc.; todas cumplen el ser opción sostenible y cuidadosa para ir a comprar el pan y para conservarlo en casa, igual que antes.

Piezas pequeñas, barras, teleras, con o sin cortar. El pan, alimento vivo, eterno, imprescindible, que no quiere plásticos ni papeles industriales. Una talega colgada de la pared, detrás de la puerta, o dentro de un mueble, es un símbolo de vida y de armonía alimenticia.

Y en cuanto a sus colores, pues eso, que es un poquito hortera, pero nada más.