Allá por los años 70, Estados Unidos empezó a desarrollar un proyecto para definir y defender los productos de cercanía, marcando un tope de distancia recorrida desde la producción de los alimentos hasta su distribución. Se buscaba con ello una serie de beneficios comerciales y medioambientales. Y más tarde, el italiano Carlo Petrini, fundador del movimiento SLOW FOOD en Europa, introdujo en el viejo continente esta filosofía como eficaz modo de luchar por la salud, la justicia y el clima.

Hablamos de los llamados hoy productos kilómetro cero, que pueden coincidir o no con los ecológicos por tener certificación, pero que no llevan etiqueta o sello oficial propio. Por ello, estos alimentos se regulan por las normas generales de etiquetado y registro sanitario.

No obstante, algunas comunidades como Cataluña o Andalucía han regulado el sector de estos productos de cercanía, a través de la creación de unos registros de productores habilitados para la venta directa.

Ahora bien, lo siguiente es saber dónde podemos encontrar estos alimentos de proximidad o kilómetro 0. Pues ahí va una posible lista:

-Grandes comercios, venta directa en explotaciones, mercados y ferias locales y a veces en grandes superficies concienciadas.

-Grupos de consumo. Con pequeños productores organizados para poder vender directamente por internet. O también a través de huertos urbanos para el autoabastecimiento.

-Y por último, si comemos en los restaurantes Km 0, que tienen su sello expedido por Slow Food (en España hay alrededor de 70 establecimientos certificados), podemos estar seguros de que éstos van a cocinar en un gran porcentaje con alimentos de proximidad.

Conviene recordar los grandes beneficios que suponen consumir estos alimentos:

Por el cuidado del medio ambiente. Son alimentos que viajan poco y que por tanto contaminan menos, además de mantener mejor sus propiedades.  Permiten ahorrar envases y residuos.

Por la agricultura y la ganadería tradicionales, y en defensa de los productores locales, cuya limitada capacidad de producción les apoya frente a los grandes operadores del mercado.

Por los costes de producción, que son menores y más equitativos en su distribución al haber menos intermediarios. Son cadenas más cortas. Contribuimos a la riqueza local y a la economía social.

Es necesario un pacto entre agricultura y consumidores, para que ambos se beneficien. Por supuesto, que hay productos que no tenemos en España y hay que importar como el café, por ejemplo.

Pequeños gestos, pequeñas decisiones, pequeños compromisos que pueden poco a poco ir consiguiendo un mundo más limpio, bueno y justo. Medio ambiente, calidad y justicia social. A todo ello podemos contribuir con nuestros actos.

La respuesta está sobre todo en nuestros mercados y fruterías de barrio. Fijémonos en el origen de los tomates (que a veces vienen de países europeos teniendo lo que tenemos aquí), de las patatas (ídem de lo mismo), de los garbanzos y de los aguacates (que cultivamos en Málaga y Granada). Las cooperativas agroalimentarias de nuestra provincia o de nuestra comunidad autónoma son nuestros grandes aliados.

 

 

Fuente: Eroski Consumer y Asaja