Creo que estos dos simpáticos cacharritos son los más representativos de la actividad que tiene una cocina: son prueba de que allí por ejemplo se elabora tomate frito o buenos gazpachos, entre otras cosas, pues informan de las operaciones intermedias de cualquier receta. El pasapurés lo conozco desde siempre en nuestra cocina, y de hecho lo heredé de mi madre. El chino lo incorporé ya al independizarme, y lo cierto es que durante el verano no para de trabajar el pobre. Pero las fotos siguen un riguroso orden de antigüedad.

Cuando aún no se conocían batidora, minipimer ni por supuesto los supermodernos robots de hoy, unas manos sacrificadas y dispuestas dirigían el pasapurés para moler con dedicación y esmero las papillas y guisotes de los niños pequeños y de los ancianos, pues ambas generaciones convivían entonces en los hogares. (La mujer no solía trabajar en aquel tiempo fuera de casa, claro). Mi pasapurés de hoy, incorpora tres distintos tamaños de colador en la rejilla, para conseguir mayor o menor espesor.

 

 
En cuanto al chino, que viene acompañado de una maza de madera para presionar sobre el alimento, se presenta con diferentes numeraciones. El mío tiene el 18, adecuado para hogares intermedios de hoy, y he de confesar que solo lo utilizo para filtrar mis frecuentes gazpachos veraniegos, incluso después de ser molidos por mi Termomix, que no llega a trabajar en cosas tan insignificantes, y menos sin un enchufe. Considero este embudo más propio de los profesionales de la cocina, sin embargo, ahí lo tengo.
Pasapurés y chinos en la cocina, dos modos de filtrar pieles de ajos, cebollas, tomates y pimientos pochados, de conseguir mezclas homogéneas en purés de patatas, y de desdeñar pellejitos desagradables de los tomates gazpacheros. Ambos cumplen una importante función en la cocina, pues adaptan lo que ya hemos elaborado, a la medida de nuestro querido destinatario el comensal, por facilitarle la digestión y con ello la salud, ganando en presentación y eliminando restos de pieles indigestas y poco convenientes.
Y aquí va mi comentario romántico: pues estos humildes cacharros me sugieren la idea de la empatía, que no es ni más ni menos que ponerse siempre en el lugar del otro, y para ello trabajan ambos coladores; bonita misión, aunque sacrificada, que muchos deberíamos aprender a lo largo de nuestra vida. La comida -como otros muchos aspectos- se adapta a las necesidades de los demás una vez filtrada, convirtiéndose en cosa bien acabada, con el mejor servicio y la mayor eficacia. La cocina sin pasapurés o chinos llevaría el mínimo esfuerzo, lo justo para sobrevivir. Con estos filtros cocineros, se busca la excelencia, concepto exigente y avanzado en nuestros propios ideales, y sin ellos sin duda faltaría sensibilidad.
Son las tonterías que escribo y que yo misma me creo: la cocina enseña muchas cosas, o al menos hace pensar. ¿O no?