Entre nosotras nos llevamos muy bien, a pesar de que cada una es distinta. Como suelen guardarnos juntas, ha sido fácil conseguir la foto de grupo. Siempre hemos amado nuestra profesión, tenemos un trabajo muy concreto y con un horario cómodo. Hay días que no paramos y jornadas en las que ni salimos del cazoletero. Somos la media docena de tapaderas sueltas que hay en la cocina de Charo. No nos mezclamos con las tapaderas catalogadas, a juego, ésas se deben al cacharro que acompañan y complementan, son su pareja, y están en plantilla desde que salieron de fábrica, son las titulares. Nosotras elegimos la soltería.
Hoy aparecemos por esta portada para recordar que hay cacharros que nos necesitan, que no tienen quien les tape y que han pedido nuestra colaboración. Aunque las baterías modernas y sofisticadas de cocina lleven sus propias tapaderas, nosotras damos servicio a una serie de piezas como cazos, sartenes, hervidores, rustideras, cazuelas de barro y paelleras que están incompletas, que necesitan cerrarse, aislarse.
Como habréis podido comprobar, tenemos diferentes calidades: de tiendas baratas o de conocidos hipermercados; alguna de nosotras está doblada, otras sin brillo o con el tirador flojo…. Pero todas seguimos funcionando, contribuyendo a la conservación de los alimentos. Curiosamente, apenas se habla de nosotros, somos piezas casi olvidadas de la cocina.
Pero lo que peor llevamos es la mala fama que evoca nuestro nombre. Trabajar de tapadera es algo así como ser cómplice o encubridor de conductas poco ejemplares, y ser testigo de gente poco recomendable. Nada de eso ocurre en la cocina, al contrario, solo hay esfuerzo, disciplina, cariño y generosidad y, nosotras además aportamos la sorpresa al levantarnos y descubrir aquel revuelto, estofado o arroz cuyo aroma enseguida sube y nos envuelve. Yo siempre digo que somos el telón de la gran escena de la comida.
Y ya aprovechamos para lanzar una queja: no tenemos sitio reservado en los cazoleteros, en los muebles de la cocina. Por eso, nos desequilibramos, nos escurrimos, molestamos a los demás y caemos continuamente al suelo. ¡pobres tapaderas!, somo las más tontas. A ver quien inventa algo para colocarnos con facilidad, sin estorbar ni impedir que se cierren puertas y cajones.
Somos freelances del instrumental básico de la cocina, y por ello soportamos todo: altas temperaturas, salpicones de aceite caliente, humos…. Pero aún así, asistimos pacientemente al enfriamiento de los cocinados, llenándonos de gotitas de vapor a modo de sudor laboral. El ir por libre nos coloca en un mercado un tanto precario, pues somos sustituidas fácilmente por el jefe o jefa de la cocina, y, al final, nadie nos echa de menos, ya que nunca nos ponen en la mesa. Como tapaderas sueltas, somos cacharros auxiliares sin personalidad, abandonados al primer bizcocho….eso pasa por ser tan baratas. Al final, el precio sustituye al valor de las cosas.
Por favor, cuiden sus tapaderas sueltas. Siempre las van a necesitar.
hola he leido tu articulo ,muy bueno como siempre , eso de las tapaderas esta muy bien ,son capaces de tapar tantas cosas que es mejor no destaparlas ,muchos besos ;: