El gaditano Manuel Fedriani Consejero (1914-1985) al volver de Vejer,  decide abrir a finales de los años cincuenta del pasado siglo un nuevo establecimiento en Cádiz, arrendando un local en la calle Magistral Cabrera número. 7, bajo el nombre de Bodegas San Juan, con salida por la calle del mismo nombre. El negocio prospera y al cabo de algunos años, se ve obligado a arrendar una accesoria, no muy anchurosa pero bastante profunda en la misma calle, frente a la Bodega y justo delante del despacho al público para mujeres. Dicho local serviría como desahogo, almacén de botellas, garrafas, tapones, barriles de todos los tamaños y hasta incluso para grandes bocoyes, y es aquí donde empieza la historia de “La Cueva del Pájaro Azul”.

¿Cómo se descubrió la cueva? Este acontecimiento contado mil veces, al parecer nunca fue escrito. Fue pura casualidad. Una mañana, meses después de haberse alquilado este sitio de desahogo, se encontraba un arrumbador organizando y limpiando un poco la accesoria y a unos seis u ocho metros de la puerta había un bocoy de grandes proporciones y de bastante peso en su postura normal, y al voltearlo para ponerlo de pie, sonó un gran estruendo. El trabajador en cuestión quedó sorprendido y repitió el movimiento para cerciorarse de que lo que había oído era cierto.

El arrumbador cruzó rápidamente la calle San Juan y la bodega, dando aviso a Fedriani que estaba en la oficina, (con entrada por la calle Magistral Cabrera), y todos juntos repitieron varias veces la misma operación. No había duda. Debajo del suelo había algo hueco hasta ahora desconocido y por ello retumbaba. Un pozo cegado se dijo en un principio. Con la correspondiente autorización de la dueña de la finca – que vivía en Madrid – se hizo una perforación para averiguar qué había allí abajo, despejando la incógnita.

Una vez agujereado el suelo de la accesoria, no sin antes dar miles de golpes, se arrojó un trozo de papel – creo que era del Diario de Cádiz – al que previamente se había prendido fuego, para conocer la profundidad que tenía aquel supuesto pozo y si tenía agua. El papel encendido bajo lentamente unos cinco o seis metros, se apoyó y siguió ardiendo hasta que se convirtió en cenizas. Un pozo parece que no es – se decía – tal vez sea una cueva, un pasadizo secreto o un aljibe fuera de uso.

La noticia corrió como la pólvora por todo el barrio, se había descubierto una cueva en la calle San Juan. El morbo hacía pensar que allí podía haber tesoros ocultos desde épocas remotas o incluso enterramientos. Después del papel prendido, procedía dejar descender una lámpara que diera una visión mucho más diáfana. Se preparó y se bajó el artilugio lentamente y pudo comprobarse que aquello parecía una habitación. Se columpió el cable de un lado a otro y dio la impresión de que el habitáculo era bastante grande. Era entonces necesario que una persona bajase, pero para ello había que ensanchar el hueco abierto.

Al día siguiente se amplió el orificio y el mismo albañil que lo había hecho, conocido por “El Cordobés” atado por la cintura con una fuerte cuerda y con la lámpara, se deslizó por una escalera de madera. La emoción de él y de los que estaban arriba era enorme. ¿Qué era aquello?. “Don Manuel” –gritó desde abajo con voz temblona- “el suelo es de tierra y está muy húmedo, y las paredes resumen agua”. Siguió vociferando con su acento cordobés y sin moverse del sitio donde había puesto los pies dijo: tanto a un lado como al otro hay bastantes metros pero no es muy ancho. Efectivamente así era por el lugar donde se perforó, pero después se comprobó más anchura en otras dependencias. “¡Muévete un poco!” le dijo Fedriani, y así lo hizo. Con más miedo que vergüenza siguió gritando e informando a los de arriba, aunque a medida que se alejaba sus voces se oían con menos intensidad. “Esto debe ser bastante grande”, -se decía-. Llegó hasta donde alcanzaba el cable de luz y sano y salvo retornó. “Tiene varias habitaciones – dijo –tanto a un lado como a otro y seguramente hay algunas más, pero la luz no me alcanzaba para seguir”.

Así fue como se descubrió la que unos años después se llamó “La Cueva del Pájaro Azul”, y a la que en un principio se bautizó como “Las Cuevas de Andalucía”. Por pura casualidad. No se recuerda si fue reconocida por algún perito en la materia, posiblemente sí, pero podría decirse que era un aljibe en desuso.

(continuará)

Con mi agradecimiento a mi primo Manuel Fedriani del Moral, hijo del dueño de La Cueva, quien me ha facilitado toda la información.

La segunda fotografía la tomé de internet.