Dos años esperando el directo de Ruibal, y ganas de conocer al grupo La Canalla. Por escuchar a Javier –la banda sonora de mi cocina-, las entradas en El Melli por anticipado para el concierto del sábado en el Baluarte de la Candelaria, una construcción militar defensiva del XVIII, en el rincón más bello de mi ciudad. Según el Diario de Cádiz, el espectáculo a las 22 horas. Aquí va mi contracrónica.

Larguísima cola desde las 21.30 horas, por la balaustrada de la Alameda. En la espera, el temor: ¡tantos no cabemos en el Baluarte!, “Es que empieza a las 22,30, el Diario se equivocó, apuntaba alguno….”(¡vaya por Dios!). La fila sigue creciendo en orden, y nadie protesta. Y la sospecha: ¿tendremos asiento?

Pasadas las diez se abre la reja, la cola se mueve, sacamos entradas, nos agrupamos, saludamos a amigos…Y ya en el Baluarte, ¡horror! ni una silla, y claro, poco sitio para movernos. Y yo con estos tacones, chulísimos zapatitos de esparto, de altísima plataforma, que condicionan andares y sobre todo permanencias. Se me cambia la cara; me encuentro con mi amiga Carmen, que allí mismo la semana pasada disfrutó con Tony Zenett, a igual precio y cómodamente sentada. Me han jodido la noche, tacones en el paraíso. No creo poder llegar al final. Mis piernas se indignarán, y a mi marido, se le romperá la espalda. Somos gente pureta, hemos cumplido los cuarenta y algunos –y bien- los cincuenta. Mi blog por un asiento.

Con indignada atención escucho la introducción poética de Juan José Téllez, genial como siempre. Sin silla, no podré cruzar las piernas y presumir de la discreta minifalda que me he puesto. Sigue mi enfado…. mi hijo, que nos acompaña, está acostumbrado a los conciertos con movilidad y no se queja. Pido una cerveza para olvidar….

La Canalla enamora, con sus coplas, jazz, tangos, poesía, sarcasmo y romanticismo, melodía e improvisación. ¡Qué buenos artistas tenemos en Cádiz! Salgo de la concentración en la que estoy inmersa sin llegar a ver el escenario, buscando algún escaloncito, algún cotizado banquito de madera, la altura de mis zapatos me puede. Pero en el camino, observo a una familia rodeando un capachito de bebé, y junto a la barra, más niños pequeños. ¿Qué hacen aquí estos enanos? ¿Por qué se les permite entrar? También los llevan a conciertos flamencos. Me vuelvo a enfadar por estos padres que olvidan las agendas infantiles.

Necesito la segunda cerveza y salir de allí, llegar a casa y quitarme los tacones. Cola en los aseos cuando empieza la despedida de los artistas, comenzamos la huida, y ya en la iglesia del Carmen, con la música lejana, llamada al taxi, que acude enseguida. La masa humana, el dolor de piernas y los niños trasnochadores, han estropeado mi glamour de una noche de verano. ¿A quien quejarse? Había allí 2.000 personas, porque la pela es la pela. Pero excepcional concierto. En mi cocina, además de la música de Ruibal, escucharé también a La Canalla, de pie, pero con zapatillas.

(La foto es de Diario de Cádiz)

Crónica del concierto en Diario de Cádiz