Hoy me he pateado el centro de Sevilla. Y he visto muchos comercios vacíos, tristes, con las dependientas de pie, en la puerta. En los cristales de los escaparates, rótulos con ofertas, con descuentos, o con “Liquidación Total”, y en algunos locales, ya cerrados, con “Se Vende o Se alquila”. Está claro que el consumo se ha retraído, se ha asustado y no se ve a nadie con bolsas por las calles, toda una prueba de la crisis.
Pero mi tema de hoy era una especie de conquista, que llevo mucho tiempo buscando: una buena frutería. Pues sí, esto es más difícil de lo que parece. Aquí la tenéis, en la calle Baños de Sevilla. Resulta que, a pesar de que vivo en una zona muy céntrica, no tengo cerca dónde conseguir frutas y verduras por la tarde, pues la cercana plaza de abastos cierra al mediodía; solo quedan pues, los supermercados, que, la verdad, en cuestión de frutas y verduras no son demasiado aconsejables, bien por lo deteriorados que exhiben sus artículos o bien porque con buena apariencia, suelen durar muy poco.

Y claro, conseguir un buen frutero es para contarlo. En una de mis visitas a la tienda pregunté directamente al vendedor cómo lograban traer unos productos de tan buena calidad y tanta variedad. La respuesta fue muy simple: hay que estar en Mercasevilla (la lonja) antes de las cinco de la mañana para conseguir los mejores artículos.
Es decir, que el negocio de la frutería requiere un gran sacrificio por parte de sus trabajadores, pues a esa hora, comienza la actividad: comprar, cargar, transportar, descargar, clasificar y exponer los productos debidamente, de tal modo que la tienda esté en perfecto estado de revista lo antes posible.
Además, las fruterías, si quieren tener un horario de comercio de mañana y tarde, necesitan contar con varios empleados. Hay que tener en cuenta también lo perecedero de estos productos, que exige estar constantemente pendientes de ellos. Se trata de una actividad muy dura.
Hace algunos años hice amistad con los dueños del mejor puesto de frutas y verduras de una plaza de abastos céntrica, un matrimonio de cierta edad y con un hijo adolescente. Recuerdo que Dolores, la señora, me contaba cómo se levantaba a las 4,30 de la madrugada, para lo que se iba a la cama sobre las 9 de la noche. Y que, cuando tenía plancha, se ponía en pie a las 3.30 horas. Todo ello, para poder llegar pronto al “Merca” y preparar el puesto debidamente. Solo de escucharla me agobiaba, porque comprendía que llevaban una vida dura, sin tiempo libre y sin apenas vida social. Eso sí, vendían productos de primera calidad. Se jubilaron y aún los echo de menos.
En la Frutería Faustino, de calle Baños en Sevilla, hoy he comprado peras de tres clases, naranjas clementinas, tomates rama, kiwis de oro, judías verdes, berenjenas, calabacines, plátanos de Canarias, pimientos del piquillo envasados, y un par de boniatos que habrá que preparar para hacer honor al mes que vivimos. Una buena frutería es un placer para el visitante, casi como una buena librería, es cuestión de cultura.