Con Áticos y Viento disfruté. Terminé cansada de recorrer Cádiz con un detective friki (Benito Bram) con el que seguramente no me habría tomado nunca una cerveza, o sí. Comprobé que el autor había entrado en una nueva dimensión de novela negra gaditana. Negra hasta dónde puede serlo una historia en la ciudad de Cádiz, dónde casi nada llama la atención. Pero disfruté, y de hecho me enfadé al llegar al final. Necesitaba seguir viviendo más aventuras en ese plató literario gaditano preparado por José Rasero.
Ahora, con la segunda entrega del detective ex-policía, que vive al día, que debe meses de alquiler, que fuma y bebe más de la cuenta, -“La novela de Flor Parodi”-, el autor da otra vuelta de tuerca y se inventa más líos surrealistas pero totalmente posibles en la vida de Cádiz, incluso con lluvia constante, otra rareza impuesta por el autor que la gente parece aceptar.
Y, en la página 56, me encuentro con mi nombre real de bloguera, por culpa de una receta de cocina que improvisan dentro de un maletero y bajo la lluvia. Aquí los personajes me han superado, demostrando que no es necesaria la agenda de mi planificación. Tomo nota.
La velocidad de la novela me volvió a entusiasmar, porque se recorre Cádiz y sus barrios, además de sus espacios ocultos modernos y eternos, como mundos paralelos a su vida y su historia superpuesta en el tiempo. Me sigue encantando este personaje mezcla de cosmopolita y límite provinciano que todo gaditano lleva dentro.
Y, de nuevo, me enfadé al llegar al final, en realidad me di de cara en la pared de la última página. Necesitaba continuar de marcha, adentrarme en los tiempos de misterio de esta ciudad y de la gente de mala leche, que también la hay.
Gracias señor Rasero, un honor verme incluida en esta aventura gaditana con un detective que a veces visita mi blog. Acabo de redactarle una reseña totalmente personal, sin aspiraciones ensayísticas.
Ya está usted tardando en pensar el siguiente caso. Cádiz da muchísimo de sí.