La infancia de mi madre –de apellido Fedriani- y de sus once hermanos estuvo ligada inevitablemente a los faros. Ejercieron la profesión de torreros –luego llamados Técnicos Mecánicos de Señales- mi bisabuelo materno, José Domingo, mi abuelo Francisco Fedriani, su hermano Eugenio y su cuñado Manuel Fuentes (en el faro de Roquetas de Mar).

Paco Fedriani Garbarino, mi abuelo materno, nació en noviembre de 1881. Sabemos que estudió hasta cuarto curso de la carrera de Medicina. Los doce hijos que tuvo de sus dos matrimonios, le llevaron a desempeñar no solo el trabajo de farero –funcionario de Obras Públicas- sino también los oficios de Cartero Mayor y de maestro suplente de primaria.

El abuelo Paco vivió la proclamación de la República en el Faro de Isla Verde (1931-1934), fue destinado en 1935 al faro de Trafalgar, vivió junto al Peñón la Segunda Guerra Mundial en el Faro de Punta Carnero, y se jubiló en el Faro de San Sebastián de Cádiz, a finales de los años cuarenta. Cada una de estas etapas podría dar para un libro. Mi madre contaba que su padre se veía obligado a cambiar de ocupación debido a la artrosis de sus piernas, que la humedad de los faros empeoraba.

Mi tío Lucas, el menor de los varones, recuerda “con nostalgia su primera juventud”, -tendría unos 15-18 años en la década de los 40-, en las que tenía que visitar el Faro de San Sebastián, al menos dos veces diarias”, pues ayudaba a mi abuelo en la tarea del encendido. El abuelo era uno de los dos Técnicos que atendía el faro. Dice también que «los días de temporal y de grandes mareas, el pasar el camino hacia el Castillo suponía un gran esfuerzo físico, que era premiado con una total mojadura, y obligaba al cambio total de ropa al llegar al Faro, permaneciendo ya toda la noche solo, pues era imposible el acceso al castillo en aquellas circunstancias adversas».

La Cámara de Servicio, situada en la parte superior de la torre, e inmediatamente inferior a la Linterna, dada la estructura metálica de la Torre, se mecía fuertemente en los temporales y era impresionante cuando los rayos eran captados por la veleta del Faro y cuando por las ventanas se veía tan gran superficie de mar iluminado con tonos cárdenos o violáceos, pero siempre impresionante en su grandiosidad.

Escribe Lucas que “algunas noches, saliéndome por fuera de la Linterna y apoyado en la sucinta barandilla exterior, disfrutaba de los olores de las pozas caleteras en las bajamares de los grandes aguajes, repletas de mariscos en su oferta habitual y gratuita a su Cádiz querido. Luego, el gozoso amanecer sonrosado, nos mostraba cada día la bella silueta de Cádiz, con sus catedrales y torres miradores, confirmando que nuestra jornada laboral, por esa noche había terminado”.

No conocí a mi abuelo, murió antes de que mis padres se casaran. Sin embargo, es para mí y para todos sus descendientes, una figura mítica, carismática, excepcional. Ejerció siempre de patriarca indiscutible en la familia, fue protector y tutor de sobrinos huérfanos, fue un excelente consejero familiar y un hombre de ideas valientes y frases categóricas. Supo ejercer su autoridad moral incluso con el clero –algo impensable en la época- y durante la guerra civil defendió con sangre fría a su familia. Mis primos conservan su bastón y su sombrero y yo su devocionario. Fue siempre un señor y siempre fue pobre, pero nunca pisotearon su dignidad. Me hubiera gustado redactar este post en primera persona, pero no he sido capaz, siento demasiado respeto por él. Por tí, abuelo Paco.